Para muchos, este mapa resulta difícil de seguir. Pero en medio del caos, surgen varias líneas de análisis. Por eso desarrollé el desafío personal de explicar este fenómeno y proponer la metáfora de un juego de sillas, donde los directores creativos se mueven de un lugar a otro por conjeturas de la industria.
Estos tres gigantes dentro del grupo KERING se han rotado casi coreográficamente, y cada casa de moda ahora responde a nuevas exigencias estilísticas.
Alessandro Michele, quien marcó la identidad de Gucci desde 2015 con su estética geek-chic, barroca, andrógina y disruptiva, asume el mando de Valentino. Su sello es tan fuerte que corre el riesgo de opacar el ADN de la maison: las primeras señales ya muestran una impronta vintage, romántica y teatral, muy cercana a su etapa anterior.
En sentido inverso, Pierpaolo Piccioli, anteriormente en Valentino, se enfrenta al desafío de Balenciaga. Tal vez busque rescatar la herencia de Cristóbal Balenciaga, con siluetas arquitectónicas y sastrería de alto vuelo, luego del escándalo estético que dejó su predecesor.
Por último, Demna, figura polarizante que convirtió a Balenciaga en sinónimo de exceso, streetwear provocador y piezas imposibles: crocs con taco, pulseras hechas con cinta scotch o bolsos que simulan bolsas desechables, traslada ahora su mirada conceptual a Gucci ¿Moda conceptual o estrategia performática? ¿Balenciaga o Duchamp? Preguntas que, por ahora, siguen sin respuesta.
Uno de los movimientos más prometedores es el de Jonathan Anderson, ahora al frente de Dior.
Desde Loewe, supo construir un universo de referencias artísticas y culturales que desafiaron los límites del diseño tradicional. Desde hoodies pixelados, zapatos cubiertos de látex, y vestidos estructurados con siluetas impredecibles. Su propuesta combinó técnica, ironía y sensibilidad visual.
En Dior, su desfile debut ofreció una relectura del New Look con una mirada contemporánea y masculinizada. La invitación: huevos en platos de cerámica. Las rayas funcionaron como marco conceptual del layering, y la pasarela se construyó sobre tipologías clásicas como chaquetas y capas, que revelaron su habilidad para reinterpretar la herencia.
Bottega Veneta, lujo sin logos, vivió una etapa de reinvención bajo Matthieu Blazy, con su característico cuero trenzado, siluetas puras y aires de old money, lejos de las tendencias y de TikTok. Un lenguaje cargado de significados, pero que no se esfuerza por forzarlos.
Ahora, Blazy asume uno de los mayores desafíos de su carrera: revitalizar Chanel.
Pero Chanel se encuentra en una situación crítica, sin un lineamiento estético claro tras la era Lagerfeld. Virginie Viard mantuvo el legado desde una óptica minimalista, pero sin demasiado éxito.
Para quienes vemos la moda como un elemento artístico de nuestras vidas, CHANEL nos “alimentaba” metafóricamente esa hambre de asombro constante, que se fue perdiendo en las últimas colecciones.
¿Podrá Blazy devolverle a Chanel esa fuerza magnética y evocadora?
Finalmente, Donatella Versace decide cerrar su capítulo. Luego de tomar la dirección creativa tras la muerte de su hermano, construyó una visión poderosa y sensual.
Pero Versace, como buena casa italiana, siempre estuvo envuelta en una narrativa trágica, casi mítica. Vestir como una diosa era vestir Versace. Y tal vez por eso, el cierre también se siente como un final épico.
Aun así, más allá del misticismo, Donatella continuará vinculada a la marca, mientras Dario Vitale comienza su nuevo rol.
Las direcciones creativas hoy son mucho más que un nombre al frente de una firma. Son un pulso, una estrategia, una narrativa visual.
Ya no se trata de si el diseñador se adapta a la marca, sino de si puede transformarla sin anularla.
Allí subyace la importancia del rol creativo: una intención que se filtra en cada parte del proceso, que decanta en un mensaje. Ese mensaje puede ser directo, o complejizarse a propósito. Pero siempre busca provocar.
Esta rotación de creativos también puede leerse como una estrategia de la industria del lujo: mantener viva la ilusión, generar expectativa y deseo en un contexto económico adverso, donde la asociación de la moda con lo frívolo o lo vacío de contenido está más vigente que nunca.