Mi registro analógico está totalmente ligado a la calle, sus matices, ausencias, lo cotidiano (y lo no tanto).
Hay un estado mental en el que me gusta sumergirme, el del ojo atento: observar todo lo que se encuentra a mi paso sin descartar nada, expectante a todo. Ver más que mirar. Cosas que si no estás atento no ves, secuencias que pasan en fracciones de segundo. Levantar la cabeza y ver arquitectura a la que no le habías prestado atención.
Cuando me encuentro transitando algún bloqueo creativo me gusta volver a donde empecé: patear la calle, expectante a lo que sucede a mi alrededor.
En mi forma de fotografiar conviven las dos cosas: muchas veces aparece el cuadro frente a mis ojos y simplemente te das cuenta —desenfundo, hago la medición y tomo el registro—. Otras veces implica salir a buscarla, un ejercicio más desafiante que se conecta directamente con el ojo atento. Sin una mirada crítica sobre el mundo que se desarrolla frente a nosotros, nunca se va a poder tomar un cuadro genuino, auténtico.
La textura y la nostalgia de lo fílmico siempre me llamaron la atención, incluso cuando era mucho más chico y no tiraba fotos. Hoy en día todo es tan instantáneo y hay tantas imágenes por todos lados que resulta abrumador.
Tener un límite de registros y pensar dos veces el disparo te entrena el ojo: la rapidez con la que desenfundás tu cámara para capturar eso que viste.
Es terapéutico tener que esperar tanto tiempo desde que colocás el rollo hasta que vuelven los resultados, y la excitación cuando te llega el escaneo simplemente no tiene precio. Fotos que no recordabas que tiraste, paisajes, personas, momentos y mucho aprendizaje.
Lo mío fue y es casi totalmente autodidacta. No estudié en ningún lado ni nadie me enseñó de forma directa. Me acuerdo que cuando compré mi primera cámara no tenía ni idea de cómo se usaba ni cómo iba a sacar las fotos, y fueron esas ganas de aprender las que me impulsaban a agarrar la cámara y salir a la calle a jugar, a sacar y sacar y sacar.
La única manera de aprender de tus errores en la fotografía analógica es sacar fotos y revelar, sacar fotos y revelar, casi sin parar. Con el revelado ves qué sacaste, a qué le pifiaste, qué te gusta, qué no, con qué línea seguir.
La única técnica es la que le sirve a cada uno. Hay aspectos básicos que aprender, sí, pero hay que permitirse jugar, cometer errores y sobre todo ser gentil con uno mismo para poder evolucionar.
Un consejo importante: estén atentos con el escaneo de sus registros a la hora de revelar sus rollos. Por ignorancia (o por el camino mismo del aprendizaje) no sabía que mis fotos estaban siendo escaneadas con un escáner de muy mala calidad, casi arruinándolas por completo.
Les voy a dejar ejemplos de ambos escaneados para que vean las diferencias. Ya a simple vista van a notar que la foto de la izquierda tiene los colores opacos y saturados a la vez, casi sin definición y totalmente oscuras, sin matices ni brillos, con mucho ruido sobre la foto.
En cambio, en la otra versión, los colores están en su máximo esplendor, bien nítidos. Se aprecia el grano del rollo, casi mínimo, pero presente.